Diciembre
Uno de los miembros de la Sociedad nos da a conocer una carta de uno de sus amigos de Boulogne-sur-Mer, en la cual leemos el siguiente pasaje. Esta carta data del 26 de julio de 1856.
«Desde que por órdenes de los Espíritus he magnetizado a mi hijo, éste se ha vuelto un médium muy raro; por lo menos es lo que él me ha revelado en estado sonambúlico, en el cual yo lo había puesto a petición suya el 14 de mayo último, y cuatro o cinco veces después.
«Para mí está fuera de duda que, despierto, mi hijo conversa libremente con los Espíritus que desea, por intermedio de su guía, que él llama familiarmente de amigo; que a voluntad él se transporta en Espíritu adonde quiere, y voy a citaros un hecho del cual tengo pruebas escritas en mis manos.
«Hace hoy exactamente un mes, estábamos los dos en el comedor. Yo leía el curso de Magnetismo del Sr. Du Potet, cuando mi hijo tomó el libro y lo hojeó; al llegar a un cierto trecho, su guía le dijo al oído: Lee esto. Era la historia de un doctor de América, cuyo Espíritu había visitado a un amigo a 15 ó 20 leguas de allí, mientras dormía. Después de haberlo leído, mi hijo dijo: Me gustaría hacer un pequeño viaje semejante. –¡Pues bien! ¿Adónde quieres ir? –le dijo su guía. –A Londres, respondió mi hijo, a ver a mis amigos, y nombró a aquellos que deseaba visitar.
«Mañana es domingo, fue la respuesta; no estás obligado a levantarte temprano para trabajar. Dormirás a las ocho e irás a viajar a Londres hasta las ocho y media. El próximo viernes recibirás una carta de tus amigos que te harán reproches por haberte quedado tan poco tiempo con ellos.
«Efectivamente, al día siguiente por la mañana, a la hora indicada, se durmió con un sueño muy pesado; a las ocho y media lo desperté: él no se acordaba de nada; por mi parte, no dije una palabra, esperando el resultado.
«El viernes siguiente yo trabajaba en una de mis máquinas y, como de hábito, fumaba, después de almorzar; al observar el humo de la pipa, mi hijo me dijo: ¡Mira! Hay una carta en el humo. – ¿Cómo ves una carta en el humo? –Tú vas a verla, respondió, porque he aquí al cartero que la trae. Efectivamente, el cartero venía a entregar una carta de Londres, en la cual los amigos de mi hijo le reprochaban por haber pasado con ellos solamente algunos momentos el domingo anterior, de las ocho a las ocho y media, relatando una multitud de detalles que sería demasiado largo repetir aquí, entre los cuales el hecho singular de haber comido con ellos. Tengo la carta –como os lo he dicho– que prueba que no he inventado nada.»
Después de haber sido contado el caso anterior, uno de los asistentes dijo que la Historia relata varios hechos semejantes. Citó a san Alfonso de Ligorio, que fue canonizado antes del tiempo requerido, por haberse mostrado simultáneamente en dos lugares diferentes, lo que fue considerado un milagro.
San Antonio de Padua se encontraba en España, y en el momento en que predicaba, su padre (en Padua) marchaba al suplicio, acusado de asesinato. En ese momento san Antonio aparece, demuestra la inocencia de su padre, y da a conocer al verdadero criminal, que más tarde sufrió su castigo. Fue constatado que san Antonio estaba en ese mismo momento en España.
Al haber sido evocado san Alfonso de Ligorio, le hemos dirigido las siguientes preguntas:
1. ¿Es real el hecho por el cual habéis sido canonizado? –Resp. Sí.
2. ¿Es excepcional este fenómeno? –Resp. No; puede presentarse en todos los individuos desmaterializados.
3. ¿Era ése un justo motivo para canonizaros? –Resp. Sí, ya que por mi virtud me había elevado hacia Dios; sin esto no hubiese podido transportarme a dos lugares al mismo tiempo.
4. ¿Merecerían ser canonizados todos los individuos en los cuales este fenómeno se presenta? –Resp. No, porque todos no son igualmente virtuosos.
5. ¿Podríais darnos la explicación de este fenómeno? –Resp. Sí; el hombre, cuando por su virtud se ha desmaterializado completamente y ha elevado su alma hacia Dios, puede aparecer en dos lugares al mismo tiempo; he aquí cómo: el Espíritu encarnado, sintiendo venir el sueño, puede pedir a Dios para transportarse a cualquier lugar. Su Espíritu o alma –como queráis llamarlo– abandona entonces su cuerpo, seguido de una parte de su periespíritu, y deja la materia inmunda en un estado parecido al de la muerte. Digo parecido al de la muerte, porque ha quedado en el cuerpo un lazo que une el periespíritu y el alma a la materia física, y este lazo no puede ser definido. Por lo tanto, el cuerpo aparece en el lugar deseado. Creo que es todo lo que deseáis saber.
6. Esto no nos da la explicación de la visibilidad y de la tangibilidad del periespíritu. –Resp. Al encontrarse el Espíritu desprendido de la materia, según su grado de elevación, puede hacer tangible la materia.
7. Sin embargo, ciertas apariciones tangibles de manos y de otras partes del cuerpo pertenecen evidentemente a los Espíritus de un orden inferior. –Resp. Son los Espíritus superiores que se sirven de Espíritus inferiores para probar la cuestión.
8. ¿Es indispensable el sueño del cuerpo para que el Espíritu aparezca en otros lugares? –Resp. El alma puede dividirse cuando se siente trasladada a un lugar diferente de aquel en que se encuentra el cuerpo.
9. ¿Qué le sucedería a un hombre que está inmerso en el sueño, mientras que su Espíritu aparece en otra parte, si él fuese despertado súbitamente? –Resp. Esto no sucedería, porque si alguien tuviera la intención de despertarlo, el Espíritu volvería al cuerpo y habría de prever la intención, puesto que el Espíritu lee el pensamiento.
Tácito relata un hecho análogo:
Durante los meses que Vespasiano pasó en Alejandría para esperar el retorno periódico de los vientos de verano y de la estación en que el mar se vuelve seguro, sucedieron varios prodigios, a través de los cuales se manifestó el favor del cielo y el interés que los dioses parecían tener por este príncipe...
Estos prodigios aumentaron en Vespasiano el deseo de visitar la sagrada morada del dios para consultarlo sobre asuntos del imperio. Ordenó que el templo fuese cerrado para todos: habiendo allí entrado, y totalmente atento a lo que iba a pronunciar el oráculo, percibió detrás de él a uno de los principales egipcios, llamado Basílides, que sabía que estaba enfermo a muchas jornadas de Alejandría. Se informó con los sacerdotes si Basílides había venido ese día al templo; se informó con los transeúntes si lo habían visto en la ciudad; en fin, envió hombres a caballo y se aseguró que en ese mismo momento él estaba a ochenta millas de distancia. Entonces, no dudó más de que la visión había sido sobrenatural, y el nombre de Basílides le sirvió de oráculo. (TÁCITO. Historias, libro IV, caps. 81 y 82. Traducción de Burnouf.)
Después de que esta comunicación nos fue dada, varios hechos del mismo género –cuya fuente es auténtica– nos han sido contados, y entre ellos están los más recientes, que por así decirlo han tenido lugar en nuestro medio, y que se presentaron en las circunstancias más singulares. Las explicaciones a las que dieron lugar amplían singularmente el campo de las observaciones psicológicas.
La cuestión de los hombres dobles, relegada antiguamente a los cuentos fantásticos, parece así tener un fondo de verdad. Próximamente volveremos sobre el tema.
Sensaciones de los Espíritus.
¿Sufren los Espíritus? ¿Qué sensaciones tienen? Tales las preguntas que nos son naturalmente dirigidas y a las que vamos a tratar de resolver. En principio, debemos decir que para esto no nos hemos contentado con las respuestas de los Espíritus; a través de numerosas observaciones, debemos tomar, en cierto modo, las sensaciones basadas en un hecho.
En una de nuestras reuniones, y poco después de que san Luis nos hubo dado la bella disertación sobre La avaricia, que hemos incluido en nuestro número del mes de febrero, uno de los socios contó el siguiente hecho, con referencia a esta misma disertación.
«Estábamos ocupados –dijo él– con evocaciones en una pequeña reunión de amigos, cuando inesperadamente se presentó, y sin que lo hubiésemos llamado, el Espíritu de un hombre que habíamos conocido mucho y que, cuando encarnado, habría podido servir de modelo al retrato del avaro trazado por san Luis; era uno de esos hombres que viven miserablemente en medio de la fortuna, que se priva no por los otros, sino para amontonar sin provecho para nadie. Era invierno y estábamos cerca del fuego; de repente este Espíritu nos recordó su nombre, en el cual de ninguna manera pensábamos, y nos pidió permiso para venir durante tres días a calentarse en nuestro hogar de leña, diciendo que sufría horriblemente el frío que él voluntariamente había soportado durante su existencia, y que había hecho soportar a los otros por su avaricia. Será un alivio que yo tenga –agregó–, si consentís en concedérmelo.»
Este Espíritu experimentaba, pues, una penosa sensación de frío; pero ¿cómo la sentía? Ahí estaba la dificultad. Al respecto, dirigimos a san Luis las siguientes preguntas:
–¿Tendríais a bien decirnos cómo este Espíritu avaro, que no tenía más el cuerpo material, podía sentir frío y pedir para calentarse? – Resp. Puedes imaginarte los sufrimientos del Espíritu por sus sufrimientos morales.
–Concebimos los sufrimientos morales, como los disgustos, los remordimientos, la vergüenza; pero el calor y el frío, el dolor físico, no son efectos morales; ¿experimentan los Espíritus estas especies de sensaciones? –Resp. ¿Siente tu alma el frío? No; pero tiene la conciencia de la sensación que actúa sobre el cuerpo.
–Parecería resultar de esto que ese Espíritu avaro no sentía un frío efectivo; sino que tenía el recuerdo de la sensación del frío que había soportado, y que ese recuerdo, siendo para él como una realidad, se volvía un suplicio. –Resp. Es casi eso. Queda claro que hay una distinción –que comprendéis perfectamente– entre el dolor físico y el dolor moral; es preciso que no se confunda el efecto con la causa.
–Si comprendimos bien, en nuestra opinión se podría explicar la cuestión de la siguiente manera:
El cuerpo es el instrumento del dolor; si no es la causa primera, al menos es la causa inmediata. El alma tiene la percepción de ese dolor: esta percepción es el efecto. El recuerdo que conserva de esto puede ser tan penoso como la realidad, pero no puede tener una acción física. Efectivamente, ni el frío ni el calor intensos pueden desorganizar los tejidos del alma: ésta no puede helarse, ni quemarse. ¿No vemos todos los días que el recuerdo o la aprensión de un mal físico produce el efecto de la realidad, ocasionando incluso la muerte? Todos saben que las personas amputadas sienten dolor en el miembro que no existe más. Ciertamente que dicho miembro de ningún modo es la sede del dolor, ni aun su punto de partida. Es que el cerebro ha conservado del mismo la impresión: he aquí todo. Se puede creer, pues, que hay algo de análogo en el sufrimiento de los Espíritus después de la muerte. ¿Son justas estas reflexiones?
–Resp. Sí; pero más adelante lo comprenderéis mejor todavía. Esperad que nuevos hechos vengan a proporcionaros nuevos asuntos de observación, y entonces podréis extraer de ellos consecuencias más completas.
Esto sucedía a comienzos del año 1858; en efecto, desde entonces un estudio más profundo del periespíritu –que desempeña un papel tan importante en todos los fenómenos espíritas y el cual no había sido tenido en cuenta: las apariciones vaporosas o tangibles, el estado del Espíritu en el momento de la muerte, la idea tan frecuente en el Espíritu de que todavía se encuentra encarnado, el cuadro tan impresionante de los suicidas, de los ajusticiados, de las personas absorbidas en los goces materiales, y tantos otros hechos– ha venido a arrojar luz sobre esta cuestión y ha dado lugar a explicaciones cuyo resumen damos aquí.
El periespíritu es el lazo que une el Espíritu a la materia del cuerpo: es extraído del medio ambiente, del fluido universal; se relaciona a la vez con la electricidad, con el fluido magnético y, hasta un cierto punto, con la materia inerte. Se podría decir que es la quintaesencia de la materia; es el principio de la vida orgánica, pero no el de la vida intelectual: la vida intelectual está en el Espíritu. Además, es el agente de las sensaciones exteriores. En el cuerpo, esas sensaciones están localizadas en los órganos que les sirven de canales. Al destruirse el cuerpo, las sensaciones son generales. He aquí por qué el Espíritu no dice que le duele la cabeza más que los pies. Por otro lado, es preciso tener cuidado para no confundir las sensaciones del periespíritu –que se volvió independiente– con las del cuerpo: no podemos tomar estas últimas sino como término de comparación y no como analogía. Un exceso de calor o de frío puede desorganizar las tejidos del cuerpo; entretanto, no puede llevar ningún daño al periespíritu. Desprendido del cuerpo, el Espíritu puede sufrir, pero este sufrimiento no es el del cuerpo: sin embargo, no es exclusivamente un sufrimiento moral, como el remordimiento, puesto que se queja del frío y del calor; no sufre más en invierno que en verano: nosotros los hemos visto atravesar las llamas sin sentir nada de penoso; por lo tanto, la temperatura no ejerce sobre ellos ninguna impresión. El dolor que sienten, por lo tanto, no es un dolor físico propiamente dicho: es un vago sentimiento íntimo, del cual el propio Espíritu no siempre se da perfecta cuenta, precisamente porque el dolor no está localizado y no es producido por agentes exteriores; es más bien un recuerdo que una realidad, pero un recuerdo bastante penoso. No obstante, hay algunas veces algo más que un recuerdo, como vamos a ver.
La experiencia nos enseña que, en el momento de la muerte, el periespíritu se desprende más o menos lentamente del cuerpo; durante los primeros instantes, el Espíritu no se explica su situación, no cree estar muerto: se siente vivo; ve su cuerpo al lado, sabe que es el suyo, pero no comprende que de él esté separado; este estado dura el tiempo en que exista un lazo entre el cuerpo y el periespíritu. Téngase a bien reportarse a la evocación del suicida de los baños de la Samaritana, que hemos relatado en nuestro número de junio. Como todos los otros, él decía: No, no estoy muerto, y agregaba: Y, sin embargo, siento que me roen los gusanos. Ahora bien, seguramente los gusanos no roían el periespíritu, y menos aún el Espíritu, sino el cuerpo. Pero como la separación del cuerpo y del periespíritu no era completa, resultaba de esto una especie de repercusión moral que le transmitía la sensación de lo que en el cuerpo estaba sucediendo. Repercusión tal vez no sea la palabra, porque podría hacer creer en un efecto demasiado material; es más bien la visión de lo que pasaba en su cuerpo –al cual se ligaba su periespíritu– que producía en él una ilusión que tomaba por realidad. Por consiguiente, no era un recuerdo, ya que en vida no había sido roído por los gusanos: era su sentimiento actual. Vemos por esto las deducciones que se pueden sacar de los hechos cuando son atentamente observados. Cuando está encarnado, el cuerpo recibe las impresiones exteriores y las transmite al Espíritu por intermedio del periespíritu que, probablemente, constituye lo que es llamado fluido nervioso. Al estar el cuerpo muerto ya no siente más nada, porque en él no hay más Espíritu ni periespíritu. Desprendido del cuerpo, el periespíritu experimenta la sensación, pero como no le llega más por un canal limitado, se hace general. Ahora bien, como en realidad no es sino un agente de transmisión –puesto que es el Espíritu quien tiene conciencia–, resulta de ello que si el periespíritu pudiera existir sin el Espíritu, aquél no sentiría más que el cuerpo cuando está muerto; del mismo modo que si el Espíritu no tuviera periespíritu, sería inaccesible a toda sensación penosa; es lo que sucede con los Espíritus completamente purificados. Sabemos que cuanto más ellos se purifican, tanto más etérea se vuelve la esencia del periespíritu; de donde se deduce que la influencia material disminuye a medida que el Espíritu progresa, es decir, a medida que el propio periespíritu se vuelve menos grosero.
Pero –se dirá– las sensaciones agradables son transmitidas al Espíritu por el periespíritu, como las sensaciones desagradables; ahora bien, si el Espíritu puro es inaccesible a unas, debe serlo igualmente a las otras. Sí, sin duda, para las que provienen únicamente de la influencia de la materia que conocemos; el sonido de nuestros instrumentos, el perfume de nuestras flores no le producen ninguna impresión, y sin embargo él tiene sensaciones íntimas de un encanto indefinible, del cual ninguna idea podemos hacernos, porque en este aspecto somos como ciegos de nacimiento en relación a la luz; sabemos que existen, pero ¿por cuál medio? Allí se detiene por ahora nuestra ciencia. Sabemos que hay percepciones, sensaciones, audiciones, visiones, que estas facultades son atributos de todo el ser, y no de una parte de éste, como en el hombre; pero una vez más preguntamos: ¿por cuál intermediario? Es lo que no sabemos. Los propios Espíritus no pueden explicárnoslo, porque nuestro lenguaje no ha sido hecho para expresar ideas que no tenemos, como tampoco un pueblo de ciegos tendría términos para expresar los efectos de la luz; lo mismo ocurriría con el lenguaje de los salvajes, en el cual no hay términos para expresar nuestras artes, nuestras Ciencias y nuestras doctrinas filosóficas.
Al decir que los Espíritus son inaccesibles a las impresiones de nuestra materia, queremos hablar de los Espíritus muy elevados, cuya envoltura etérea no tiene analogía en la Tierra. No sucede lo mismo con aquellos cuyo periespíritu es más denso; éstos perciben nuestros sonidos y nuestros olores, pero no a través de una parte limitada de su individualidad, como cuando encarnados. Se podría decir que las vibraciones moleculares se hacen sentir en todo su ser y llegan así a su sensorium commune, que es el propio Espíritu, aunque de una manera diferente y quizá también con una impresión diferente, lo que produce una modificación en la percepción. Ellos escuchan el sonido de nuestra voz y, sin embargo, nos comprenden sin la ayuda de la palabra, por la sola transmisión del pensamiento; esto viene en apoyo a lo que dijimos: que dicha percepción es tanto más fácil cuanto más desmaterializado es el Espíritu. En cuanto a la visión, ésta es independiente de nuestra luz. La facultad de ver es un atributo esencial del alma: para ella no hay oscuridad; entretanto, es más amplia, más penetrante en aquellos que están más purificados. El alma, o Espíritu, tiene por lo tanto en sí misma la facultad de todas las percepciones; durante la vida corporal están obstruidas por la grosería de nuestros órganos; en la vida extracorpórea lo son cada vez menos, a medida que la envoltura semimaterial se vuelve más etérea.
Esta envoltura, extraída del medio ambiente, varía según la naturaleza de los mundos. Al pasar de un mundo a otro, los Espíritus cambian de envoltura como nosotros cambiamos de ropa al pasar del invierno al verano, o del polo al ecuador. Los Espíritus más elevados, cuando vienen a visitarnos, revisten por lo tanto el periespíritu terrestre y desde entonces sus percepciones se operan como comúnmente sucede con nuestros Espíritus; pero todos, inferiores como superiores, sólo escuchan y sienten lo que quieren escuchar o sentir. Sin tener órganos sensitivos, ellos pueden a voluntad hacer que sus percepciones se vuelvan activas o nulas; tan sólo una cosa están obligados a escuchar: los consejos de los buenos Espíritus. La vista es siempre activa, pero pueden recíprocamente volverse invisibles unos a los otros. Según la clase que ocupen, pueden ocultarse de aquellos que le son inferiores, pero no de los que le son superiores. En los primeros momentos que siguen a la muerte, la vista del Espíritu es siempre turbada y confusa; se va aclarando a medida que se desprende, y puede adquirir la misma claridad que cuando estaba encarnado, independientemente de la posibilidad de penetrar a través de los cuerpos que para nosotros son opacos. En lo que respecta a la extensión de su visión a través del espacio infinito, en el pasado y en el futuro, depende del grado de pureza y de elevación del Espíritu.
Se dirá que toda esta teoría no es muy tranquilizadora. Pensábamos que una vez despojados de nuestra grosera envoltura – instrumento de nuestros dolores– no sufriríamos más, y he aquí que nos enseñáis que todavía habremos de sufrir; sea de una manera o de otra, eso no es sufrir menos. ¡Ay de nosotros! Sí, podemos todavía sufrir, y mucho, y por un largo tiempo, pero también podemos no sufrir más, incluso desde el instante en que dejamos esta vida corporal.
Los sufrimientos de este mundo son a veces independientes de nosotros, pero muchos son la consecuencia de nuestra voluntad. Si nos remontamos a la fuente, veremos que el mayor número de ellos es efecto de causas que hubiéramos podido evitar. ¡Cuántos males, cuántas enfermedades el hombre debe a sus excesos, a su ambición, en una palabra, a sus pasiones! El hombre que haya vivido siempre con sobriedad, sin abusar de nada, que siempre haya sido simple en sus gustos, modesto en sus deseos, se ahorrará muchas tribulaciones. Sucede lo mismo con el Espíritu; los sufrimientos que padece son siempre la consecuencia de la manera con la que ha vivido en la Tierra; sin duda, no tendrá más la gota ni el reumatismo, pero tendrá otros sufrimientos que no son menores. Hemos visto que sus sufrimientos son el resultado de los lazos que todavía existen entre él y la materia; que cuanto más desprendido está de la influencia de la materia –dicho de otro modo–, cuanto más desmaterializado se encuentra, menos penosas son sus sensaciones; ahora bien, depende de él liberarse de dicha influencia desde esta vida; tiene libre albedrío y, por consecuencia, puede elegir entre hacer o no hacer; que dome sus pasiones animales, que no tenga odio, ni envidia, ni celos, ni orgullo; que no se deje dominar por el egoísmo, que purifique su alma con buenos sentimientos, que haga el bien y que no dé a las cosas de este mundo más importancia de la que merecen, y entonces –incluso bajo su envoltura corporal– ya estará purificado, ya estará desprendido de la materia, y cuando deje esa envoltura no sufrirá más su influencia; los sufrimientos físicos que haya experimentado no le dejarán ningún recuerdo penoso ni le quedará de ellos ninguna impresión desagradable, porque sólo afectaron al cuerpo y no al Espíritu; se sentirá feliz al verse liberado, y la calma de su conciencia lo librará de todo sufrimiento moral. Al respecto hemos interrogado a miles de Espíritus que han pertenecido a todas las categorías de la sociedad, a todas las posiciones sociales; los hemos estudiado en todos los períodos de su vida espírita, desde el instante en que dejaron su cuerpo; los hemos seguido paso a paso en esa vida del Más Allá para observar los cambios que se operaban en ellos, en sus ideas, en sus sensaciones, y en este aspecto los hombres más vulgares han sido los que nos proporcionaron los temas de estudio más preciosos. Ahora bien, siempre hemos visto que los sufrimientos están en relación con la conducta, cuyas consecuencias sufren, y que esa nueva existencia es la fuente de una dicha inefable para los que han seguido el buen camino; de donde se deduce que aquellos que sufren es porque así lo han querido, y que no deben culparse sino a sí mismos, tanto en el otro mundo como en éste.
Ciertos críticos han ridiculizado algunas de nuestras evocaciones, como por ejemplo la de El asesino Lemaire, encontrando singular el hecho de que nos ocupemos de seres tan innobles, cuando hay tantos Espíritus superiores a nuestra disposición. Ellos se olvidan que de algún modo es con esto que hemos aprendido la naturaleza del hecho o –mejor dicho– en su ignorancia de la ciencia espírita, ellos no ven en estas conversaciones sino una charla más o menos divertida, cuyo alcance no comprenden. Hemos leído en alguna parte que un filósofo decía, después de haber conversado con un campesino: He aprendido más con este rústico campesino que con todos los letrados; es que él sabía ver otra cosa más allá de la superficie. Para el observador nada está perdido; encuentra útiles enseñanzas hasta en la criptógama que crece en el estiércol. ¿Se rehúsa el médico a tocar una herida horrenda cuando se trata de profundizar la causa del mal?
Agreguemos todavía una palabra al respecto. Los sufrimientos del Más Allá tienen un término; sabemos que al Espíritu más inferior le es dado elevarse y purificarse por medio de nuevas pruebas; esto puede ser largo, muy largo, pero depende de él abreviar ese tiempo penoso, porque Dios lo escucha siempre si aquél se somete a su voluntad. Cuanto más desmaterializado está el Espíritu, más vastas y lúcidas son sus percepciones; cuanto más se encuentra bajo el imperio de la materia –lo que depende enteramente de su género de vida terrestre–, más limitadas y veladas están ellas; tanto la visión moral de uno se extiende hacia el infinito, como la del otro se restringe. Por lo tanto, los Espíritus inferiores sólo tienen una noción vaga, confusa, incompleta y frecuentemente nula del futuro; no ven el término de sus sufrimientos: es por esto que creen sufrir siempre, y eso todavía es para ellos un castigo. Si la posición de unos es aflictiva, inclusive terrible, no es sin embargo desesperante; la de los otros es eminentemente consoladora; por lo tanto, está en nosotros elegir. Esto es de la más alta moralidad. Los escépticos dudan de lo que nos espera después de la muerte; nosotros les mostramos lo que ésta es, y con eso creemos prestarles un servicio; también hemos visto a más de uno salir de su error, o al menos ponerse a reflexionar sobre lo que anteriormente criticaban. No hay nada como esto para darse cuenta de la posibilidad de las cosas. Si fuera siempre así no habría tantos incrédulos, y la religión y la moral pública ganarían con eso. Para muchos, la duda religiosa viene de la dificultad de comprender ciertas cosas; son espíritus positivos que no están organizados para la fe ciega, que solamente admiten lo que para ellos tiene una razón de ser. Volved estas cosas accesibles a su inteligencia, y ellos las aceptarán, porque en el fondo no piden más que creer, siendo que para ellos la duda es una situación más penosa de lo que se cree o de lo que ellos consienten en decir.
En todo lo anteriormente dicho no hay nada de sistemas, ni de ideas personales; tampoco fueron algunos Espíritus privilegiados los que nos han dictado esta teoría: es el resultado de estudios hechos acerca de individualidades, corroboradas y confirmadas por Espíritus cuyo lenguaje no puede dejar duda sobre su superioridad. Nosotros los juzgamos por sus palabras y no por el nombre que llevan o por el que pueden ostentar.
Disertaciones del Más Allá
El sueño libera parcialmente el alma del cuerpo. Al dormir, estamos momentáneamente en el estado en que uno se encuentra de manera permanente después de la muerte. Los Espíritus que al desencarnar se desprendieron rápidamente de la materia han tenido sueños inteligentes; cuando dormían, se reunían con la sociedad de otros seres superiores a ellos: viajaban, conversaban y se instruían con los mismos; incluso trabajaban en obras que encontraron concluidas al morir. Esto debe enseñaros una vez más a no temer la muerte, puesto que morís todos los días, según las palabras de un santo.
Esto con respecto a los Espíritus elevados; pero para la masa de los hombres que, con la muerte, deben permanecer largas horas en turbación –en esa incertidumbre de que os han hablado–, van a mundos inferiores a la Tierra, adonde antiguos afectos los llaman, o a buscar placeres quizá todavía más bajos que los que aquí tienen; van a beber doctrinas aún más viles, más innobles y más nocivas que las que profesan en vuestro medio. Y lo que forma la simpatía en la Tierra no es otra cosa que el hecho de sentirnos, al despertar, vinculados por el corazón a aquellos con quienes acabamos de pasar simplemente 8 ó 9 horas de felicidad o de placer. Lo que explica también esas antipatías invencibles es saber que, en el fondo del corazón, esas personas tienen una conciencia diferente de la nuestra, porque se las conoce sin haberlas visto jamás con los ojos. Es esto aun lo que explica la indiferencia, puesto que no se desea hacer nuevos amigos cuando se sabe que existen otros que os aman y os aprecian. En una palabra, el sueño influye en vuestra vida más de lo que pensáis.
Por efecto del sueño los Espíritus encarnados están siempre en relación con el mundo de los Espíritus, y esto es lo que hace que los Espíritus superiores consientan –sin demasiada repulsión– encarnarse entre vosotros. Dios ha querido que ellos, durante su contacto con el vicio, puedan ir a fortalecerse en la fuente del bien, para no fallar, ya que vienen a instruir a los otros. El sueño es la puerta que Dios les ha abierto hacia los amigos del cielo; es la recreación después del trabajo, a la espera de la gran libertad, la liberación final que debe volverlos a su verdadero medio.
El sueño es el recuerdo de lo que vuestro Espíritu ha visto mientras el cuerpo dormía; pero tened en cuenta que no siempre soñáis, porque no os acordáis siempre de lo visteis, o de todo lo que habéis visto. Vuestra alma no está en todo su desarrollo; a menudo no es más que el recuerdo del problema que acompaña a vuestra partida o a vuestro retorno, a lo que se agrega el recuerdo de lo que habéis hecho o de lo que os preocupa en el estado de vigilia; sin esto, ¿cómo explicaríais esos sueños absurdos que tienen los más instruidos como los más simples? Los Espíritus malos también se sirven de los sueños para atormentar a las almas débiles y pusilánimes.
Por lo demás, dentro de poco veréis desarrollarse una nueva especie de sueños; es tan antigua como la que conocéis, pero la ignoráis. El sueño de Juana, el sueño de Jacob,el sueño de los profetas judíos y de algunos adivinos hindúes: ese sueño es el recuerdo del alma desprendida completamente del cuerpo, la remembranza de esa segunda vida de la que os hablaba hace instantes.
Tratad de distinguir bien esas dos especies de sueños entre aquellos que recordáis, pues sin ello caeríais en contradicciones y en errores que serían funestos a vuestra fe.
Nota – El Espíritu que ha dictado esta comunicación, al habérsele solicitado su nombre, respondió: «¿Para qué? ¿Creéis, pues, que sólo los Espíritus de vuestros grandes hombres vienen a deciros cosas buenas? Entonces, ¿no contáis para nada con todos aquellos que no conocéis o que no tienen ningún nombre en vuestra Tierra? Sabed que muchos toman un nombre solamente para contentaros.»
Las flores han sido creadas en los mundos como símbolos de la belleza, de la pureza y de la esperanza.
¿Cómo el hombre que ve las corolas entreabrirse todas las primaveras y las flores marchitarse para dar frutos deliciosos, cómo no piensa que su existencia también se transformará, pero para dar frutos eternos? Por lo tanto, ¿qué os importa las tempestades y los torrentes? Estas flores nunca perecerán, como no perece la más frágil obra del Creador. Coraje, pues, hombres que caéis en el camino: levantaos como el lirio después de la tormenta, más puros y más radiantes. Como las flores, los vientos os sacuden a diestro y siniestro, os voltean, sois arrastrados en el barro, pero cuando el sol reaparece, también levantáis vuestras cabezas más nobles y más altas.
Por lo tanto, amad a las flores; éstas son el emblema de vuestra vida, y no os sonrojéis por ser comparados a ellas. Tenedlas en vuestros jardines, en vuestras casas, incluso en vuestros templos, ya que quedan bien en todas partes; en todos los lugares las flores llevan a la poesía; elevan el alma del que sabe comprenderlas. ¿No ha sido en las flores que Dios ha mostrado todas sus magnificencias? ¿De dónde conoceríais los colores suaves con los que el Creador ha alegrado la naturaleza si no existiesen las flores? Antes que el hombre hubiera excavado las entrañas de la Tierra para encontrar el rubí y el topacio, tenía a las flores delante de sí, y esta infinita variedad de matices ya lo consolaba de la monotonía de la superficie terrestre. Por lo tanto, amad a las flores: seréis más puros, más afectuosos, tal vez más niños, pero seréis los hijos queridos de Dios, y vuestras almas simples y sin mancha serán accesibles a todo su amor, a toda la alegría con la cual Él abrazará vuestros corazones.
Las flores quieren ser cuidadas por manos esclarecidas; la inteligencia es necesaria para su prosperidad; durante mucho tiempo os habéis equivocado en la Tierra al dejar ese cuidado en manos inhábiles que las mutilaban, creyendo embellecerlas. Nada es más triste que los árboles redondos o puntiagudos de algunos de vuestros jardines: pirámides de verdor que hacen el efecto de un montón de heno. Dejad a la naturaleza que se desarrolle bajo mil formas diversas: ahí está la gracia. ¡Feliz de aquel que sabe admirar la belleza de un tallo que se balancea sembrando su polen fecundante! ¡Feliz de aquel que ve en sus tonalidades brillantes un infinito de gracia, de delicadeza, de colorido, de matices que se esquivan y se buscan, que se pierden y se reencuentran! ¡Feliz de aquel que sabe comprender la belleza de la gradación de tonos, desde la raíz marrón que se confunde con la tierra –como los colores que se funden–, hasta el rojo escarlata del tulipán y de la amapola! (¿Por qué esos nombres rudos y raros?) Estudiad todo esto y observad a las hojas que salen unas de las otras como generaciones infinitas, hasta su completo florecimiento bajo la cúpula del cielo.
¿No parece que las flores dejan la Tierra para lanzarse hacia otros mundos? ¿No parece, a menudo, que bajan la cabeza de dolor al no poder elevarse más alto todavía? En su belleza, ¿no las creemos más cerca de Dios? Entonces imitadlas, y volveos siempre cada vez mayores, cada vez más bellos.
Vuestra manera de aprender Botánica también es defectuosa; no está todo en saber el nombre de cada planta. Cuando tengas tiempo te sugiero que trabajes también en una obra de este género. Por lo tanto, aplazaré para más adelante las lecciones que quería darte en estos días; serán más útiles cuando tengamos en manos su aplicación. En su momento hablaremos del género de cultivo, de los lugares que les convienen, de las condiciones del edificio para la ventilación y salubridad de las viviendas.
Si fueres a publicar esto, suprime los últimos párrafos: los tomarían como anuncios.
La mujer sabe principalmente hacerse notar por la delicadeza de sus pensamientos, la gracia de sus gestos, la pureza de sus palabras; todo lo que viene de ella debe armonizarse con su persona, a la que Dios ha creado bella.
Sus largos cabellos ondulados sobre el cuello son la imagen de la dulzura y de la facilidad con la que su cabeza se dobla sin ceder ante las pruebas. Ellos reflejan la luz de los soles, como el alma de la mujer debe reflejar la luz más pura de Dios. Jóvenes, dejad a vuestros cabellos sueltos: Dios los ha creado para esto; pareceréis, a la vez, más naturales y más hermosas.
La mujer debe ser sencilla en su vestir; ella ha salido demasiado bella de las manos del Creador como para tener necesidad de atavíos. Que el blanco y el azul combinen en sus hombros. Dejad también fluctuar vuestras vestimentas; que los ropajes se vean extenderse detrás vuestro en un largo rastro de gasa, como una leve nube que indique que hace poco estuvisteis ahí.
¡Pero qué son los adornos, las ropas, la belleza, los cabellos ondulados o fluctuantes, enrulados o atados, si la sonrisa tan dulce de las madres y de las novias no brilla en vuestros labios! ¡O si vuestros ojos no siembran la bondad, la caridad, la esperanza en las lágrimas de alegría que dejan correr, en las chispas que saltan de esa llama de amor desconocido!
Mujeres: no temáis deslumbrar a los hombres con vuestra belleza, con vuestras gracias, con vuestra superioridad; pero que los hombres sepan que para ser dignos de vosotras, es preciso que ellos sean tan grandes como vos sois bellas, tan sabios como sois buenas, tan instruidos como sois cándidas y simples. Es preciso que ellos sepan que deben mereceros, que vosotras sois el premio de la virtud y del honor; no de ese honor que se cubre con un casco y un escudo y que brilla en las justas y en los torneos, con el pie sobre la frente del enemigo derribado; no, sino del honor según Dios.
Hombres: sed útiles, y cuando los pobres bendigan vuestro nombre, las mujeres serán vuestras iguales; entonces, formaréis un todo: vosotros seréis la cabeza y las mujeres serán el corazón; seréis el pensamiento bienhechor, y las mujeres serán las manos de la libertad. Uníos, pues, no sólo por el amor, sino también por el bien que podéis hacer de a dos. Que esos buenos pensamientos y esas buenas acciones –realizadas por dos corazones que se aman– sean los eslabones de esa cadena de oro y de diamante que se llama casamiento, y entonces cuando los eslabones fueren tan numerosos, Dios os llamará junto a sí, y vosotros continuaréis agregando más eslabones a los anteriores; pero en la Tierra éstos eran de un metal pesado y frío: en el Cielo serán de luz y de fuego.
NOTA – Estos versos 300 han sido escritos espontáneamente por medio de una cesta, tocada por una joven señora y por un niño. Pensamos que más de un poeta 301 podría atribuirse el mérito de los mismos. Ellos nos fueron enviados por uno de nuestros suscriptores.
¡Qué bella es la Naturaleza y cuán suave es el aire!
¿Cuál es, pues, tu grandeza, si este vasto Universo
No es sino un punto a tus ojos, y el espacio de los mares
Ni siquiera es un espejo para tu esplendor inmenso?
¿Cuál es, pues, tu grandeza, cuál es, pues, tu esencia?
¡Qué palacio tan vasto has construido, oh, Rey!
Los astros no sabrían separarnos de Ti.
El Sol a tus pies, poder sin medida,
Parece el ónice que un príncipe sujeta a su calzado.
Lo que más admiro en Ti, ¡oh, Majestad!
Es bien menos tu grandeza que tu inmensa bondad
Que en todo se revela, así como la luz,
Y que a un ser impotente atiendes en su oración.
JODELLE
Conversaciones familiares del Más Allá
Ojos grandes y negros, con tono amarillento en el blanco del ojo; rostro redondeado, mejillas rollizas y gordas; piel amarilla azafrán tostado; pestañas largas, cejas arqueadas y negras; nariz un poco grande y ligeramente achatada; boca grande y sensual; dientes bonitos, grandes y derechos; cabellos lacios, abundantes, negros y espesos de grasa. Cuerpo bastante grande, rechoncho y gordo. Pañuelos de seda la envolvían, dejándole la mitad del pecho desnudo. Pulseras en los brazos y en las piernas.
1. ¿Recordáis aproximadamente en qué época vivíais en la India y dónde habéis sido quemada sobre el cadáver de vuestro marido? – Resp. Ella hace señas que no lo recordaba. –San Luis responde que fue hace alrededor de cien años.
2. ¿Recordáis el nombre que teníais? –Resp. Fátima.
3. ¿Qué religión profesabais? –Resp. La mahometana.
4. Pero el mahometismo no ordena tales sacrificios. –Resp. He nacido musulmana, pero mi marido era de la religión de Brahma. Yo he tenido que conformarme con las costumbres del país en que habitaba. Allí las mujeres no son dueñas de sí mismas.
5. ¿Qué edad teníais cuando hubisteis muerto? –Resp. Creo que tenía alrededor de veinte años.
Nota – El Sr. Adrien hace observar que ella parece tener al menos de veintiocho a treinta años; pero que en ese país las mujeres envejecen más rápido.
6. ¿Os habéis sacrificado voluntariamente? –Resp. Yo hubiera preferido casarme con otro. Reflexionad bien y comprenderéis que todas nosotras pensamos de la misma manera. He seguido la costumbre; pero en el fondo hubiese preferido no hacerlo. Por varios días esperé otro marido, pero nadie vino; entonces obedecí a la ley.
7. ¿Qué sentimiento ha podido dictar esta ley? –Resp. Idea supersticiosa. Imaginan que al quemarnos agradan más a la Divinidad; que rescatamos las faltas de aquel que perdimos y que vamos a ayudarlo a vivir feliz en el otro mundo.
8. ¿Aprobaba vuestro marido este sacrificio? –Resp. Nunca procuré volver a ver a mi marido.
9. ¿Hay mujeres que se sacrifican así con agrado? –Resp. Muy pocas; una entre mil, y aún así, en el fondo, ellas no desearían hacerlo.
10. ¿Qué os ha sucedido en el momento en que la vida corporal se extinguió? –Resp. Turbación; he sentido como una nebulosidad, y luego no sé lo que pasó. Mis ideas no se aclararon sino después de mucho tiempo. Iba a todas partes, y sin embargo no veía bien; e inclusive ahora no estoy completamente esclarecida; todavía tengo que pasar por muchas encarnaciones para elevarme; pero no me quemaré más... No veo la necesidad de ser quemada, de ser arrojada en el medio de las llamas para elevarme..., sobre todo por faltas que no he cometido; por otra parte, eso no me ha sido valorado... Además, yo no he buscado serlo. Me haríais un favor al orar un poco por mí, porque comprendo que no hay como la oración para soportar con coraje las pruebas que nos son enviadas... ¡Ah! ¡Si yo tuviese fe!
11. Pedís que oremos por vos, pero somos cristianos; ¿podrían agradaros nuestras oraciones? –Resp. Sólo hay un Dios para todos los hombres.
Nota – En varias sesiones siguientes la misma mujer ha sido vista entre los Espíritus que la asistían. Ella ha dicho que venía para instruirse. Parece que fue sensible al interés que le fue demostrado, porque nos ha seguido varias veces en otras reuniones e incluso hasta en la calle.
Evocada el 26 de octubre de 1858, en la sesión de la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas, nos ha sido dicho que ella aún no podía venir por motivos que no fueron explicados. El 9 de noviembre atendió a nuestro llamado, y he aquí la descripción que le hizo el Sr. Adrien, nuestro médium vidente:
Cabeza ovalada; tez pálida mate; ojos negros, lindos y nobles; cejas arqueadas; frente amplia e inteligente; nariz griega, fina; boca mediana y labios indicando bondad de espíritu; dientes muy bonitos, pequeños y bien derechos; cabellos negros de azabache, ligeramente crespos. Bello porte de cabeza; talle grande y muy esbelto. Vestimenta de ropajes blancos.
Nota – Sin duda, nada demuestra que esta descripción y la anterior no estaban en la imaginación del médium, porque nosotros no tenemos un control; pero cuando lo hace con detalles tan precisos de personas contemporáneas que nunca ha visto y que son reconocidas por padres o amigos, no se puede dudar de la realidad; de donde sacamos la conclusión que, puesto que él ve a unos con una verdad indiscutible, puede ver a otros. Otra circunstancia que debe tomarse en consideración es que siempre ve al mismo Espíritu bajo la misma forma, y que, aunque fuese con varios meses de intervalo, la descripción no varía. Sería necesario suponer que tiene una memoria fenomenal, para creer que pudiera recordarse así de los mínimos detalles de todos los Espíritus –cuya descripción ha hecho–, los cuales contamos por centenas.
1. Evocación. –Resp. Estoy aquí.
2. ¿Quisierais tener la bondad de responder a algunas preguntas que desearíamos haceros? –Resp. Con placer.
3. ¿Recordáis la época en la que erais conocida con el nombre de La Bella Cordelera? –Resp. Sí.
4. ¿De dónde provenían las cualidades viriles que os han hecho abrazar la carrera de las armas que, según las leyes de la Naturaleza, es más bien atribución de los hombres? –Resp. Eso agradaba a mi Espíritu, ávido de grandes cosas; más tarde se volvió hacia otro género de ideas más serias. Las ideas con las cuales nacemos vienen ciertamente de las existencias anteriores, cuyo reflejo son; sin embargo, se modifican mucho, ya sea por nuevas resoluciones o por la voluntad de Dios.
5. ¿Por qué esos gustos militares no han persistido en vos, y cómo tan pronto han podido ceder lugar a los de la mujer? –Resp. He visto cosas que no desearía que veáis.
6. Erais contemporánea de Francisco I y de Carlos Quinto; ¿quisierais decirnos vuestra opinión sobre esos dos hombres y hacernos un paralelo? –Resp. De ninguna manera quiero juzgar; ellos han tenido defectos, que conocéis; sus virtudes son poco numerosas: algunos rasgos de generosidad, y eso es todo. Dejad esto; sus corazones podrían sangrar todavía: ¡ellos sufren bastante!
7. ¿Cuál era el origen de esa alta inteligencia que os volvió apta para recibir una educación tan superior a la de las mujeres de vuestro tiempo? –Resp. ¡Penosas existencias y la voluntad de Dios!
8. ¿Había, pues, en vos un progreso anterior? –Resp. No podría ser de otro modo.
9. Esa instrucción, ¿os hace progresar como Espíritu? –Resp. Sí.
10. Parecéis haber sido feliz en la Tierra: ¿lo sois más ahora? – Resp. ¡Qué pregunta! ¡Por más feliz que uno sea en la Tierra, la felicidad del Cielo es totalmente otra cosa! ¡Cuántos tesoros y riquezas, que conoceréis un día, y de los cuales no sospecháis o ignoráis completamente!
11. ¿Qué entendéis por Cielo? –Resp. Entiendo por Cielo a los otros mundos.
12. ¿Qué mundo habitáis ahora? –Resp. Habito en un mundo que no conocéis; pero estoy poco ligada al mismo: la materia nos liga poco.
13. ¿Es Júpiter? –Resp. Júpiter es un mundo feliz; pero ¿pensáis que entre todos sólo éste sea favorecido por Dios? Ellos son tan numerosos como los granos de arena del océano.
14. ¿Habéis conservado el genio poético que teníais en la Tierra? –Resp. Os respondería con placer, pero temo contrariar a otros Espíritus, o me colocaría por debajo de lo que soy: esto hace que mi respuesta se vuelva inútil, tornándose sin razón.
15. ¿Podríais decirnos qué clase podríamos asignaros entre los Espíritus? –Sin respuesta. (A san Luis). ¿Podríais san Luis respondernos al respecto? –Resp. Ella está aquí: yo no puedo decir lo que ella no quiere decir. ¿No veis que es un Espíritu de los más elevados entre los que comúnmente evocáis? Además, nuestros Espíritus no pueden apreciar exactamente las distancias que los separan: éstas son incomprensibles para vosotros, ¡y aún así son inmensas!
16. (A Louise Charly). ¿Bajo qué forma estáis entre nosotros? – Resp. Adrien acaba de describirme.
17. ¿Por qué esta forma y no otra? En fin, ¿por qué en el mundo donde estáis, no sois tal como erais en la Tierra? –Resp. Evocasteis la poetisa: vino la poetisa.
18. ¿Podríais dictarnos algunas poesías o cualquier trozo de literatura? Estaríamos felices de tener algo vuestro? –Resp. Buscad mis antiguos escritos. Nosotros no gustamos de esas pruebas, principalmente en público: a pesar de ello, lo haré en otra ocasión.
Nota – Sabemos que los Espíritus no gustan de pruebas, y las preguntas de esta naturaleza casi siempre tienen este carácter; es por eso, sin duda, que casi nunca ellos obedecen. Espontáneamente y en el momento en que menos lo esperamos, nos dan a menudo las cosas más sorprendentes, las pruebas que en vano habríamos solicitado; pero casi siempre basta que se les pida una cosa para que no se la obtenga, si sobre todo denota un sentimiento de curiosidad. Los Espíritus, y principalmente los Espíritus elevados, quieren probarnos con esto que no están a nuestras órdenes.
Al día siguiente, espontáneamente, La Bella Cordelera escribió lo siguiente a través del médium psicógrafo que le había servido de intérprete:
«Voy a dictar lo que te había prometido; no son versos, no he querido hacerlos; además, no recuerdo más aquellos que hice, y de ellos no gustaríais: será la más modesta prosa.
«En la Tierra he exaltado el amor, la dulzura y los buenos sentimientos: hablé un poco de lo que no conocía. Aquí no es del amor que hablo, es de una caridad amplia, austera y esclarecida; una caridad fuerte y constante de la que sólo hay un ejemplo en la Tierra.
«¡Oh, hombres! Pensad que depende de vosotros ser felices y hacer de vuestro mundo uno de los más avanzados del Cielo: sólo tenéis que hacer callar odios y enemistades, olvidar rencores y cóleras, perder el orgullo y la vanidad. Dejad todo esto como una carga que os es preciso abandonar tarde o temprano. Esta carga es para vosotros un tesoro en la Tierra, lo sé; es por eso que tenéis el mérito de dejarla y perderla; pero en el Cielo esta carga se vuelve un obstáculo para vuestra felicidad. Por lo tanto, creedme: anticipad vuestro progreso, la felicidad que viene de Dios es la verdadera felicidad. ¿Dónde encontraréis placeres que valgan las alegrías que Él da a sus elegidos, a sus ángeles?
«Dios ama a los hombres que buscan avanzar en su camino; por lo tanto, contad con su apoyo. ¿No tenéis confianza en Él? ¿Creéis, pues, que sea perjurio porque no os entregáis a Él enteramente, sin restricciones? Infelizmente no queréis escuchar, o pocos de entre vosotros escuchan; preferís el hoy en vez del mañana; vuestra limitada visión limita vuestros sentimientos, vuestro corazones y vuestra alma, y sufrís para avanzar, en lugar de avanzar natural y fácilmente por el camino del bien, por vuestra propia voluntad, porque el sufrimiento es el medio que Dios emplea para moralizaros. No evitéis esta ruta segura, pero terrible para el viajero. Terminaré exhortándoos a no más ver la muerte como un flagelo, sino como la puerta de la verdadera vida y de la verdadera felicidad.»
LOUISE CHARLY
Variedades
«El Sr. Stuart se acercó inmediatamente del furioso y, confiando apenas en su coraje, quiso desarmarlo; pero ni bien había dado algunos pasos al encuentro del loco, éste se arrojó sobre él con la rapidez de un relámpago y lo hirió repetidas veces. No fue sino con mucha dificultad que se consiguió dominar al asesino.
«De las siete cuchilladas con las cuales el Sr. Stuart fue alcanzado, una era mortal: la que había recibido en el bajo vientre; el lunes, a las tres horas y media, falleció a consecuencia de una hemorragia en esa cavidad.»
¿Qué se diría si este individuo hubiera sido acometido por una monomanía espírita, o incluso si –en su locura– hubiese hablado de Espíritus? Y, sin embargo, esto podría haber sucedido, puesto que hay muchas monomanías religiosas, y todas las Ciencias han proporcionado su contingente. ¿Qué es lo que, razonablemente, se podría sacar en conclusión contra el Espiritismo, si no que, debido a la fragilidad de su organismo, el hombre puede exaltarse en este punto como en tantos otros? El medio de prevenir esta exaltación no es el de combatir la idea; de otro modo se correría el riesgo de que se repitan los prodigios de las Cevenas.306 Si jamás se organizara una cruzada contra el Espiritismo, lo veríamos propagarse cada vez más; porque, ¿cómo oponerse a un fenómeno que no tiene lugar ni tiempo predilectos y que puede producirse en todos los países, en todas las familias, en la intimidad, en el más absoluto secreto, inclusive mejor que en público? El medio de prevenir los inconvenientes, nosotros lo hemos dado en nuestras Instrucciones Prácticas: es de hacerlo comprender de tal manera que en él no se vea más que un fenómeno natural, incluso en lo que ofrece de más extraordinario.
Uno de nuestros suscriptores, el Sr. Ch. Renard, de Rambouillet, nos ha dirigido la siguiente carta:
«Señor y digno hermano en Espiritismo: leo o, mejor dicho, devoro con un placer indecible los números de vuestra Revista, a medida que los recibo. Esto no es sorprendente de mi parte, considerando que mis padres eran adivinos de generación en generación. Una de mis tías abuelas había incluso sido condenada a la hoguera por contumaz en el crimen de Vauldrie y por asistente al sabat; ella sólo evitó la hoguera refugiándose en la casa de una de sus hermanas, abadesa de religiosas de clausura. Esto hizo que yo heredase algunas migajas de Ciencias ocultas, lo que no me ha impedido de pasar por la creencia en el materialismo –si es que ahí existe fe– y por el escepticismo. En fin, cansado, enfermo de negación, las obras del célebre extático Swedenborg me condujeron a la verdad y al bien; al volverme también extático, me aseguré ad vivum de las verdades que los Espíritus materializados de nuestro globo no pueden comprender. He tenido comunicaciones de toda especie: hechos de visibilidad, de tangibilidad, de aportes de objetos perdidos, etc. Buen hermano, ¿tendríais la bondad de insertar la siguiente nota en uno de vuestros números? Ciertamente no es por amor propio, sino debido a mi condición de francés.
«Las pequeñas causas producen a veces grandes efectos. Aproximadamente en 1840 conocí al Sr. Cahagnet, tornero ebanista, que había venido a Rambouillet por razones de salud. En mi aprecio a este obrero –fuera de lo común por su inteligencia–, lo inicié en el magnetismo humano; un día le dije: Tengo casi la certeza de que un sonámbulo lúcido está apto para ver las almas de los que han fallecido y con ellas entablar conversación; él se quedó sorprendido. Lo estimulé a que hiciera esta experiencia cuando encontrase un sonámbulo lúcido; tuvo éxitos y publicó un primer volumen de experiencias de necromancia, seguido de otros volúmenes y opúsculos que en América han sido traducidos con el título de Telégrafo Celestial (Télégraphe céleste). Después el extático Davis publicó sus visiones y averiguaciones sobre el mundo espírita. Franklin hizo investigaciones que desembocaron en manifestaciones y en comunicaciones más fáciles que en otros tiempos. En los Estados Unidos, las primeras personas de las que él se sirvió como mediadoras fueron la señora viuda de Fox y sus dos hijas. Hay una coincidencia demasiado singular entre este nombre y el mío, ya que la palabra inglesa fox significa en francés renard (zorro).
«Hace mucho tiempo que los Espíritus me habían dicho que era posible comunicarse con los Espíritus de otros globos y recibir de ellos dibujos y descripciones. Expuse esto al Sr. Cahagnet, pero él no fue más lejos que nuestro satélite.
«Estoy a vuestra disposición, etc.»
CH. RENARD
Nota – La cuestión de prioridad en materia de Espiritismo es, indiscutiblemente, una cuestión secundaria; pero no es menos notable que desde la importación de los fenómenos americanos, una multitud de hechos auténticos –ignorados por el público– han revelado la producción de fenómenos semejantes, tanto en Francia como en otros países de Europa, en una época contemporánea o anterior. Es de nuestro conocimiento que muchas personas se ocupaban de comunicaciones espíritas bien antes de que fuera tratada la cuestión de las mesas giratorias, y nosotros tenemos prueba de esto con fechas precisas. El Sr. Renard parece ser de este número, y según él sus ensayos no habrían sido ajenos a los que han sido hechos en América. Registramos su observación como interesante para la historia del Espiritismo y a fin de probar, una vez más, que esta ciencia tiene sus raíces en el mundo entero, lo que quita toda posibilidad de éxito a los que desearían oponerle una barrera. Si la sofocan en un punto, renacerá más vivaz en otros cien, hasta el momento en que –ya no siendo más posible la duda– ha de ocupar su lugar entre las creencias usuales; entonces, será realmente preciso que sus adversarios, quiéranlo o no, se resignen.
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ALLAN KARDEC
NOTA – La abundancia de materias nos obliga a aplazar para el próximo número la continuación de nuestro artículo sobre la Pluralidad de las existencias y el cuento de Frédéric Soulié.
ALLAN KARDEC